Quizá le resulte curioso al viandante castizo en ruta por el distrito de Hortaleza, el cambio paisajístico que a poco a poco va sucediendo en sus comercios y espacios públicos. Puede que se vea asaltado por la duda de sentirse extranjero en su propia casa, al leer extrañado los nombres de dichos establecimientos, que en las últimas décadas están “afrancesando” lo que antaño eran tiendas tradicionales, lo que se coloquialmente se llama “de barrio de toda la vida”.
Este curioso fenómeno, está íntimamente relacionado con la apertura en 1969 del Liceo francés, que provocó que muchos ciudadanos de este país fueran trasladándose a las inmediaciones del centro escolar, sito en dicho barrio. Con el paso de los años, han sido muchos los vecinos franceses que se han establecido buscando la cercanía del mismo, algunos de modo temporal, conformando una variada población francoparlante, pero que en el transcurso de los años ha ido cimentándose como una sólida comunidad.
A día de hoy, Hortaleza tiene el privilegio de resultar el distrito con mayor presencia francesa en la comunidad de Madrid, con más de un millar de personas, y es la comunidad extranjera más amplia, por delante de otras de habla castellana.
Lógicamente una comunidad tan amplia, repartida en los diversos barrios que conforman Hortaleza, han ido echando raíces y cambiando tanto el paisaje urbano como el propiamente humano. No extraña, por ejemplo, que en los sucesos ocurridos en París durante noviembre de 2015, se viviera la situación en primera persona en muchos hogares madrileños, y que al lunes siguiente las inmediaciones del Liceo francés se llenaran de luto, flores y banderas tricolores. Son esos detalles los que señalan los profundos lazos humanos existentes en la zona, algo que indica que desde hace tiempo, la población francesa de Hortaleza es algo mucho más sólido que una mera circunstancia vecinal.
Y del mismo modo, de una forma menos dramática, esta comunidad francófona ha ido abriendo sus propios negocios: librerías, tiendas de alimentación, restaurantes, papelerías, academias de idiomas, y un largo etcétera, alterando la estructura comercial del barrio. Igualmente el gusto por la cultura, tan querida al país vecino, es perfectamente rastreable en la zona.
En el Palacio de Hielo, por ejemplo, los cines Dream proyectan ciclos mensuales de películas francesas subtituladas al castellano, caso este diciembre de Los fantasmas de Ismael de Arnaud Desplechin o Bienvenida a Montparnasse de Léonor Serraille, ambas películas del 2017.
También el propio negocio local se ha visto alterado para poder ofrecer servicios específicos a esta comunidad, y encontramos así los kioskos a rebosar de prensa francesa, lo que indica que los comerciantes españoles también han sabido adaptarse a sus nuevos vecinos, con los que la convivencia es inmejorable.
No hay más que ver los parques como el Juan Carlos I una tarde de sábado cualquiera, con grupos “mixtos” en perfecta armonía. Lejos de ser una comunidad cerrada, muchas familias llevan años viviendo aquí, lo que ha hecho que los vínculos vecinales se afiancen, con chavales españoles y franceses que han crecido jugando juntos.
Preguntando a un vecino si le molesta esta “invasión”, en un momento de clima político crispado a vueltas de naciones y banderas, nos responde que todo lo contrario. Expresa Germán que: “Hace ya años que viven aquí, son gente educada y respetuosa, han convertido el barrio en un sitio agradable y da la sensación de vivir en un lugar animado. Yo tengo varios amigos franceses de hecho”. Preguntado si no tiene miedo que esta situación se convierta en algo que obligue a cerrar negocios tradicionales, o se conforme una comunidad más hermética, responde entre risas que: “espera que no, ya que echaría mucho de menos los croissants”.
Hay que decir que paseando por las calles de muchos de los establecimientos, a ciertas horas el olor de baguettes recién horneadas y de la repostería francesa, le hacen replantearse a uno si empezar a buscar acomodo en esta “Petite France” ubicada en el medio de Madrid.